6.8.15

Baño de Sangre (cuento 2008)

Estoy en una habitación, tal vez de hotel, con él. Es la primera vez que venimos aquí, que recuerde. No dormimos juntos. Yo pasé la noche en la cama y él en el sofá, tal vez. Esta habitación es muy grande, una suite o algo todavía mejor. No conozco bien este lado del mundo. Me siento cansada, con los ojos pesados y siento que necesito dormir un poco más. Cuando vuelvo en mí, descubro que la poca luz que tiene la mañana nublada y fría no me permite saber qué hora es y lo peor es que no hay un solo reloj en la habitación. Ni idea dónde está mi celular. Tal vez en mi equipaje. Miro a mí alrededor, pero no veo dónde está mi equipaje. Él sigue dormido en el sofá. Sin hacer ruido, busco bien en toda la habitación, pero no logro encontrarlo. La pregunta ahora es, ¿tengo equipaje? Lo único que tengo certeza de tener es una toalla blanca de rayas amarillas, exactamente igual a la de mi casa, que cubre mi cuerpo desnudo. Es una extraña coincidencia pues en casa tengo una igual. Quizás sea la misma; o quizás no lo sea. No estoy segura. Resignada a no encontrar ropa para vestirme, voy al baño. El reflejo en el espejo me dice que el pelo no está en su mejor estado y que mi cara, lavada, está más pálida que nunca. De repente me volteo porque él ya está ahí. No lo sentí entrar al baño, no lo vi siquiera en el espejo. Pero así suele ser él: impredecible y fantasmal. Estamos frente a frente, él se acerca cada vez más. Es terrible, pues no sé si quiere besarme o matarme. Realmente no lo sé. Yo dejo caer la toalla al piso. De pronto, su mano comienza a despegar lentamente y al alcanzar vuelo, se desplaza lentamente hasta mí y comienza a aterrizar suavemente con su palma, apenas perceptible, sobre mi pezón. El mismo sentimiento que él ha puesto en su mano, se sumerge en mí y me recorre de arriba y abajo, dejando escapar algo de líquido por entre mis piernas. No sé si es más lo que lo quiero o lo que le temo. Por ahora gana el deseo. Cuando vuelvo en mí, sigo en el baño. Reviso la habitación pero no hay nadie. Su ropa ya no está, pero las llaves de la habitación siguen en la mesa de noche. Me pregunto hace cuánto se habrá ido. No tengo noción de cuánto tiempo pasó. No sé ni siquiera qué ha pasado después de sus caricias. ¿Me habré quedado dormida? ¿Pero dónde? ¿Cómo? Últimamente pierdo la memoria por momentos. No descifro si es algo que me pasa o que él me hace. ¿Cómo saberlo si no puedo identificar el comienzo ni el final de ninguna de las situaciones de mi vida? Todo está atrapado en el sin fin, en el limbo, en el eterno presente. Todo lo que me pasa es innombrable, como esta ciudad en la que me encuentro. Vuelvo en mí al ver mi imagen pálida y aún más despeinada en el espejo. Tengo que arreglarme, quiero estar bonita. Sé que él puede regresar en cualquier momento. Desconozco para dónde vamos, pero debo estar lista. Siempre es así, aunque no recuerde las demás veces. Me quito la toalla para entrar en la ducha, pero descubro algo. Tengo algo de sangre, roja y líquida, entre mis muslos. No es normal, no estoy en tiempos de regla. No sé cómo, pero lo sé. Tal vez este sea un adelanto, o un retraso. Me dispongo a limpiarme. Lo hago una, dos tres veces, pero cada vez queda más sangre en el papel. Me agacho para volver a envolverme en la toalla, pues voy a ir a buscar un tampón cuando empieza a salir un chorro de sangre. Primero pequeño, como un hilillo, luego por montones. Y no sólo sangre. ¿Qué es eso que me sale? Comienzo a parir grumos de sangre y carne. No duele pero es horrible. Dios, no. Por favor, no. Él debe regresar en cualquier momento y yo no puedo ensuciar este baño de sangre. A él no le gusta el desorden. No podré explicarlo nunca, pues lo único que tengo claro es que no es un aborto. Lo que sale viene todo de mí misma. Intento detener la hemorragia en vano. Al contrario, comienza a derramarse, y entre más limpio, más ensucio, dejando todo lo que antes era blanco, rojo. No, por favor no. Te pido que te detengas, te lo ruego, no me hagas esto. No quiero que vea la sangre, no quiero ensuciar el baño, no quiero desangrarme. Intento cubrir y esconder la sangre en el piso con la toalla, pero es imposible, ya está en todas partes … ¿Por qué me pasa esto a mí? Hago lo que puedo, cuando tocan la puerta. Toc, toc, toc.

28.7.15

El alpha y el omega (escrito en 2014)

Cómo se conocieron mis padres siempre fue una historia que me gustó que me contaran una y otra vez. Papá regresó de Australia debido a la muerte inesperada de uno de sus hermanos. Él era el mayor de ahora sólo cinco hijos y mi abuela lo necesitaba a su lado. Fue en esos días de duelo cuando conoció a mamá y quedó perdidamente enamorado. Lo malo es que no era el único. Mamá tenía muchos pretendientes porque era una joven muy hermosa. Entre ellos estaba un holandés que le regalaba acetatos de rock and roll y revistas con ideas liberales. También había un médico, quien pretendió a una de mis tías hasta que en una visita familiar vio a mamá. Y finalmente estaban los judíos, a los que mamá nunca les paró bolas. Terminó decidiéndose por mi papá, aunque no estaba muy segura de querer casarse. Mientras lo pensaba, él tenía tiquetes comprados para hacer una gira con dos amigos por Europa. Si ella no se había decidido para cuando llegara a Roma, él tomaría desde allí el avión de regreso a Australia, donde le esperaba una vida con novia, trabajo, casa y carro. Mamá aún guarda un cerro de postales de amor provenientes de todas aquellas míticas ciudades con las que ella, al igual que yo, soñaba. En ellas mi papá le prometía que si decía que sí, él regresaría a Colombia a casarse y quedarse con ella para siempre. Mamá finalmente dijo que sí y eso fue lo que determinó mi destino. Primero vino mi hermana, Juliana. Tres años y medio después vine yo. Me dijeron que fui un bebé muy amigable, siempre tranquilo, hasta que a la edad de dos años y medios, sin motivo alguno, se me metió el diablo y comencé a ser mala. Nadie se explica por qué. Yo no recuerdo nada de eso. Mi mamá me asegura que fui un embarazo muy deseado; que por eso no entiende por qué nunca he estado particularmente agradecida de haber venido al mundo. Cuando me preguntaban qué quería ser cuando grande, yo sólo contestaba “grande”. La gente me explicaba que grande iba a ser de todos modos, pero que la pregunta era qué quería ser o hacer cuando eso sucediera. Pero yo no entendía esa pregunta. Eso no era lo importante. Lo importante era salir de esa estúpida condición infantil que causaba que el mundo no me tomara en serio y por eso nada fuera posible. Mientras fuera niño era imposible ser independiente y por eso era necesario crecer rápidamente. Solo que yo lo hacía muy despacio. Mi infancia duró una eternidad. Yo no quería ser nada en particular cuando fuera grande, ya que cuando fuera grande, estaba segura, sería cualquier cosa que me propusiera ser. Afortunadamente nací el día del Ángel de la Guarda, que me protege a pesar de que yo no crea en él, y crecí rodeada de oportunidades para aprender y encontrar facetas brillantes de mí misma de las que aferrarme para ser buena a pesar de que en mi mundo lo único útil para sobrevivir era ser malo. Si contextualizamos internacionalmente mi nacimiento, podría decirse que sucedió exactamente 2 meses antes de que mataran a John Lennon. Nací con la muerte del ídolo de paz del momento, aunque desde luego a Colombia eso poco lo afectaba, pues acá muchos ni siquiera sabían quién era John Lennon, como por ejemplo mi mamá, quien creció en una familia católica y conservadora, y fue a un colegio de monjas diseñado para impedir que ella y sus compañeras se enteraran de ningún hecho libertario o revolucionario, así fuera musical. El fin de la esperanza mundial a Colombia le fue indiferente (o más bien desconocida) cuando yo tenía 2 meses de edad. Ahora, si buscamos una interpretación esotérica acerca de esa fecha, encontramos que 1980 es el año del mono de metal, en el horóscopo chino. Leonardo DaVinci fue un mono de metal. Son los más versátiles y creativos de los monos. Los vendedores por excelencia. Son peligrosamente persuasivos, altamente sexuales, y muy ágiles en todo lo que hacen. Pero por otro lado, también son vanidosos, superficiales y amorales. Para colmo de males nací a las 4:45 pm, de manera que soy mono ascendente mono, lo que resalta estas cualidades y defectos a su máxima expresión. En el horóscopo tradicional, por haber nacido a comienzos de octubre, soy libra. Mi día se conoce como el de la claridad verbal; es decir, soy aquella que encuentra la palabra perfecta para cada cosa: para alabar y para herir, para convencer y para mentir. Mi hora de nacimiento hace de mi ascendente piscis. Imagínense un pececillo inocente que divaga por el mar, persiguiendo todo tipo de seres llamativos y corrientes extrañas en la ciudad más peligrosa del mundo y, acto seguido, una balanza intentando equilibrarlo, orientarlo, darle pautas, y el pececillo confundido, sin saber qué hacer. Eso describe muy bien cómo se siente estar dentro de mí. Esa es la percepción que tengo de mí misma, por la manera en que pienso y mi mente todo el tiempo está controlando esa alma genuinamente curiosa que quiere perseguirlo todo, explorar cada camino. Ha sido muy difícil acompasar esos dos impulsos permanentes que me habitan y estructuran cada paso, cada decisión, tejiendo poco a poco mi destino.