24.5.11

Todo bien

Y de manera pausada, lenta, todo ha cambiado. Ya las angustias no son existenciales, ni los problemas de vida o muerte. El tiempo posee un increíble poder transformador, a veces brutal, a veces amable, como el de estos últimos meses.

El primer cambio lo trajo la vida misma y ha sido el único proceso drástico de esta historia. Un exceso de licor y una falta extrema de sueño produjo un accidente en el que no estuve, pero que dejó mi carro en pérdida total. Descubrir que la necesidad de un carro no era real, fue el primer paso. El segundo, fue decidir que en vez de un nuevo carro, necesitaba nuevos zapatos. Nada de tacones, sino unos muy cómodos para caminar.

Tres meses después del accidente, mientras veía al Japón hundirse inexplicablemente en el mar, decidí que era hora de dejar la ciudad que me estaba matando y darle la espalda a este estilo de vida que no escogí y que me rehúso a aceptar por más tiempo, permitiendo que crezca, mientras me quedo mirando la tele o tipeando en este computador, pasivamente.

Cuántas veces soñé con un cambio, con una nueva vida, natural, tranquila. Cuántas veces también me atemoricé de dejar la ciudad y su vida nocturna y mis vicios. Finalmente ganó la l. de los 30 años, el nuevo yo en que me convierto cada día. Sencillamente empaqué y me fui al campo. Digo, nos fuimos, porque no me fui sola.

Por primera vez en mi vida tengo una relación larga y estable. He llegado a sentir a veces el peso de monotonías repentinas y me he dicho a mí misma que nunca he estado en esta posición y que no sé cómo seguir. Pero la respuesta a esa pregunta también ha llegado, sabia como el conocimiento milenario de la agricultura, para decirme que para vencer esa monotonía y seguir sólo hay un camino, que siempre será el mismo: seguir.

Aunque no vivo aquí (en la ciudad), vengo todos los días, porque acá está, aún, el camello (no todo ha cambiado). Salgo de mi casa a primera hora del día, sintiéndome como el viejo de "El Silencio de la Montaña", viendo los pajaritos, oliendo el aire más fresco y delicioso y hablando con las montañas. Me monto en un bus casi siempre repleto, a veces miro el bello paisaje, otras, como hoy, me quedo dormida y me despierto uno o dos minutos antes de mi parada (parada es un eufemismo, ya todos conocemos la situación) y me bajo en la 33, entre ela avenida del ferrocarril y la autopista (algo así como el mismísimo infierno urbano). Todos los dias, sin excepción, me aterro de la ciudad, como si nunca hubiera vivido en ella, como si desde siempre le hubiera pertenecido al campo y no conociera ni comprendiera nada de lo que pasa en el mundo de lo moderno y sus complejos inventos.

Y realmemte es que no entiendo cómo es que hemos permitido que este modelo sea nuestra respuesta a los desafíos demográficos y que estas sean las soluciones más aceptadas, más compradas, del supuesto desarrollo o progreso. Tantos carros, tanto ruido, tanta agresividad que no parecen (que no son!) males necesarios del desarrollo. No parecen ni son un precio justo para la supuesta comodidad citadina.

Procuro que el smog y el ruido urbano no me afecten en lo personal y camino hasta mi oficina. He bajado de peso (sólo un poco) gracias a estas caminatas, algo que mi cuerpo y autoestima necesitaban.

Ahora solo falta hacer un último cambio, desviar mi rumbo hacia el norte de mis sueños (muy mañé?): escribir, recibir reconocimiento por lo que escribo (por lo menos que mis escritos queden bajo mi nombre y no a nombre de cualquiera de mis cientos de jefes), no ir más tras el arte (ya me ha tomado tanta ventaja que casi ha salido de mi vista), sino acercarme a él como el principito al zorro, hasta llegar a su centro y quedarme en él para convertirme en parte suya, y permitirle que él sea parte de mí.

En conclusión, los 30 han entrado con fuerza y por primera vez en todo este tiempo estoy lista para el amor. No el amor pasionario, ni caritativo, ni ninguna de sus manifestaciones esécíficas, sino sencillamente el amor en términos generales. Así como a veces me parece que después de llorar tanto chiquita, mis lágrimas entraron en vía de exitinción (lloro muy poco), creo que la inconformidad frente a ser quien soy y vivir en el mundo en que vivo, también comenzó a agotar sus existencias y ahora lo que me queda, lo que más queda por gastarme en los años que me queden es amor.

Nunca he hecho esto de escribir desde el amor y no desde el resentimiento, la crítica o la burla. Es nuevo para mí. Y bienvenido todo lo nuevo, porque el cambio ya no me atemoriza. Me siento tan renovada, pero tan vieja, tan preparada para la vida, que siento que apenas comienza.

No quiero dejar la sensación que me fui de Saulo a Paulo y que ahora voy a creer en dios y no voy a perderme una misa, para nada. Sigue acá la misma posición existencial, reconocedora de que no sabemos nada. Sencillamente menos impotente e indignada frente a ese hecho y dispuesta a gozar a pesar de esa premisa de partida.

Volveré con más frecuencia por acá con esta nueva actitud y con historias de la vida sencilla. :)