8.12.09

Divagaciones sobre el amor

De alguna manera inexplicable, el amor tiene siempre el poder de volverte la vida mierda, una y otra vez. No importa que ya hayas pasado por lo peor; pasa el tiempo y nuevamente cualquier desplante que te tome más o menos por sorpresa, arrasa con lo poco que haya logrado sobrevivir en tu ya muy aporreado corazón. Incluso desastres con etiqueta de advertencia tienen también un poder destructivo significativo. Los sentimientos son de un cristal tan frágil que basta un grito o una palabra fuerte para hacerlos volar en mil pedazos, imposibles de volver a armar en su situación original y fingir que nada ha pasado, que no hay grietas por las que escapen lágrimas de dolor, vergüenza, rabia, arrepentimiento y hasta amor.

El amor es un pésimo cómplice de las promesas. Se echa para atrás en cuanto un viento adverso cambia un poco el rumbo de las expectativas. El romance dura lo mismo que un poema y, una vez llega el silencio, la rutina de tener las mismas palabras para las mismas cosas siempre, aniquila segundo a segundo las pasiones que alimentaron alguna vez sueños ya lejanos de quereres eternos, viajes hipotéticos y demás sueños que se desdibujan en las mentes a medida que se actualizan en un presente que llamamos vacío, pero que en realidad está lleno de una confianza que no apreciamos porque no excita, de una lealtad que como no arriesga se nos vuelve invisible, una compañía, que porque no sorprende creemos que no aporta ya nada nuevo.
Que error es confundir el amor con pasión, qué estúpido no valorar la amistad. Qué apresurado e ingenuo es creer que ya se ha pasado por lo mejor, como si pudiésemos predecir la naturaleza, la vida, los demás o a nosotros mismos.