27.12.10

Divagaciones existencialistas

Desde chiquita descubrí que uno es bueno en la vida en lo que decide ser bueno y malo en lo que quiere ser malo. Yo decidí que no me gustaban las matemáticas y me volví retrasada mental para los números y cuentas de manera que los profesores de matemáticas tuvieran que aceptar que era incapaz de factorizar más allá de los binomios cuadrados perfectos (por los que me interesé sólo porque tienen un nombre precioso) o que me pidieran que entendiera qué putas es un límite (una línea con un hueco que sigue siendo una línea contra toda lógica). En este punto debo confesar que me gradué del colegio, primero porque en general el colegio es muy malo en esta materia y segundo, porque le juré al profe, que era un bacán, que jamás me dedicaría a profesiones de las ciencias exactas, promesa que cumplí a cabalidad.

Curiosamente, y aunque sin lógica alguna, decidí también que iba a ser muy buena para la física y así fue. Al salir del colegio y tras haber obtenido el puntaje más alto de mi icfes en tres materias por igual (inglés, filosofía y física), me orienté por un estudio académico relativo a las primeras dos, mientras que mantuve contacto con la tercera por mi cuenta, leyendo libros que podía entender relativamente bien y que cada vez más me fueron llevando a investigar por temas de lo muy pequeño y lo muy grande. A teorías de cosmos y caos.

Últimamente no, porque están repitiendo los capítulos de la temporada pasada, pero normalmente los miércoles en la noche estoy sentada viendo “El Universo” en History Channel. Desde luego, no soy una experta ni mucho menos (una persona que difícilmente cuenta hasta cinco no puede ser por definición muy buena en física), pero el programita me ayuda a repasar lecturas que he realizado en los últimos 10 años sobre el tema por simple curiosidad.

La razón por la que me gusta la física es porque está intrínsecamente relacionada con la filosofía. Y no es que yo sea filósofa o que sepa filosofar, pero conservo intacto en mí ese instinto de pitufo filósofo que todos tenemos dentro (unos más que otros, desde luego). Viendo el universo, dedico un espacio de 2 horas semanales al asombro absoluto y a una pregunta filosófica que ha vuelto con dura insistencia a mí desde que tomé yagé hace poco más de un año y que dice: existe dios?

Desde la práctica, yo ya había encontrado desde hacía muchos años una respuesta bastante satisfactoria al asunto: no sé si existe dios, ni lo sabré, por lo que si dios existe, o no, no debe desvelarme mucho ya que exista, o no, yo quiero ser tan buena persona como recuerde ser. Y digo recuerde, porque muchas, muchísimas veces se me olvida que quiero ser buena y soy mala y la cago y en fin… pero supongo que no soy la única a la que le pasa, pues en este mundo uno, si bien es único, dividido en pedazos o facetas, ya está repetido por cientos o miles, bien en el presente, bien en el pasado (y vaya a saber uno cuántas veces más en el futuro).

En estos días estaba en la casa de mi mejor amiga, que no soporta que filosofe (nadie de hecho lo hace), pero por alguna razón milagrosa, ese día no sólo se interesó en mis pseudo disertaciones sobre dios, sino que me pidió que las escribiera y aquí van.

EXISTE DIOS O NO?

Advierto desde ya que este texto no va a concluir en nada, de manera que pido respetuosamente que no se enojen al final, cuando no encuentren respuesta. El que no tolere que me decida por una u otra opción, le pido que deje de leer ya, porque a continuación habrá más preguntas que respuestas.

Se entiende por dios en esta discusión al ser responsable de la creación del universo y de cada una de las cosas en él, independientemente de que lo hiciera a su imagen y semejanza o no. Si bien nosotros, los humanos (y animales y plantas) estamos vivos, dios no tiene que estar necesariamente “vivo”, puede “ser” en otra manera diferente e ininteligible para nosotros. Sin embargo, vivo o no vivo, el dios, para su creación, tuvo que tener una voluntad (impulso, estallido) de creación, de lo contrario dios no sería dios 8no el de la definición inicial) y no tendría sentido seguir esta discusión. Y si dios está o estuvo dotado alguna vez de voluntad creadora, tiene, por necesidad, que estar dotado de una voluntad inversa, es decir, de una no voluntad. Este argumento habla a favor de la existencia de dios, pues explicaría la pregunta de tantos: por qué dios permite que esto suceda? (porque tiene tanta voluntad como no voluntad). También explicaría la extraña existencia de la nada, de la materia oscura, de la muerte y de todas las cosas cuya existencia conocemos como nombre, pero cuya “materialización”, bien como ente tangible o bien como concepto inteligible aún no es posible. Sin embargo, es un argumento facilista a favor de su existencia.

Pasemos a otra consideración. El universo es vasto, vastísimo. Al final del tiempo, en el límite (extrañísima noción) del tiempo, es decir, en la frontera del estallido, se encuentran astros de dimensiones que nos obligan a redefinir el concepto de gigantismo y de violencia. Estos tienen tal tamaño, energía y poder que hacen inverosímil a nuestra pequeñísima e insignificante dimensión humana la creencia de que todo eso pudo crearse por sí mismo. Este argumento a favor de la existencia de dios no es otro que un reencauche de las 5 preguntas de Santo Tomás de Aquino, que en realidad era una misma pregunta formulada de 5 maneras diferentes (qué hay detrás de lo más lejano?, qué empezó el comienzo?). Nuestra incapacidad de respuesta no deja más alternativa que ignorar la pregunta o creer en dios.

Sin embargo, una vez apago la tele y vuelvo a mi vida, todos los días, sin falta, mientras me quito en la ducha el olor nauseabundo de la existencia, lavo platos y limpio la eterna grasa de la cocina o me armo de paciencia para soportar un taco en la autopista o me como un almuerzo delicioso que me empacó mi esposito en horribles cocas de plástico para el trabajo, me pregunto: para qué todo esto? Por qué no puedo conocerme ni a mí misma? Por qué pasar acá años y años repitiendo rutinas, calendarios, palabras, notas musicales, genes, sin siquiera la más remota pista? Para qué tantos colores, olores, sabores, sabiendo que todos están hechos de siempre las mismas partículas básicas, que nunca son muchas, además? Más de lo mismo, todos los días, más de lo mismo y siempre “diferente”. Y por qué? Acaso somos un experimento de un dios macabro que quiere experimentar la materia en todas las(sus) posibilidades? Y si fuera así, por qué pareciera que justo mi especie puede hacer experimentos por sí misma y hacerse las malditas preguntas: por qué?/para qué? Y en caso tal de universos paralelos, no dejaría de ser, nuevamente, más de lo mismo, sólo que en un grado de complejidad un poco más elevado. Otra yo con otra vida, casi igual pero diferente.

Y si fuera verdad que la vida es un sistema escolar tal y como lo creen los que creen en la reencarnación (un alma nace y tiene que ir aprobando vidas como grados escolares, hasta que llega un punto en que le entregan un cartón de graduación y se acaba la vaina porque pasa a ser parte de una masa inidentificable que podría ser dios o el desempleo, vaya uno a saber). O si fuera verdad que uno se muere y lo castigan o premian por portarse “bien” o “mal” (sin entrar en las complejidades del bien y el mal en las que no hace falta redundar pues ya Nietzsche se gastó su preciosa vida en el tema). Pero, y si fuera así, porque ni una sola alma se ha devuelto a contar o intentar contar nada? Porque no he sabido del primer fantasma o espíritu verosímil? Será porque no existe tal cosa llamada el alma? Será porque morimos igual que un mosquito que una ballena? Por qué la muerte de uno la celebro y la otra la lamento más que la de los de La Gabriela? O del Tsunami de 2005?

Finalmente vienen los sueños y el mundo extraño del inconsciente, una especie de cordón umbilical al “molde”, para ponerlo en términos platónicos. O no, una especie de conexión al inconsciente colectivo para ponerlo en términos de Jung. En estos días cenicerodeiddeas.blogspot.com publicó una idea brillante de hacer mitos con los sueños de ese inconsciente colectivo. Yo llevaba buscando esa idea por lo menos 7 años pero no vino a mí. Pero dejemos las envidias de lado y volvamos al tema de dios, porque uno rara vez sueña con dios. O por lo menos yo nunca lo he hecho. He soñado con jesús, la virgen y algunos más que ya murieron, o con mundos perfectos, paraísos, o limbos, pero nunca con dios en tanto que dios. Sin embargo, al tomar yagé, no me cupo la menor duda de que existía y que el sol y su salida gloriosa y las gallinas tenían todo que ver con él. Y no sólo que existía, sino que había que agradecerlo, amarlo. Pero claro, es que en esa fase final del yagé todo es perfecto, como cuando veo El Universo en History Channel y me maravillo con todas esas cosas o muy grandes o muy pequeñas que puedo nombrar pero no concebir (la magia de la física). Pero claro, se acaba el efecto hipnótico de la perfección momentánea y vuelvo a mi cubículo, a mi vida de proletaria snob al servicio de la burocracia tercermundista y se acaban las gracias y vuelven los lamentos. El llamado a la muerte, que si nos atenemos que dios es voluntad y no voluntad es nuevamente dios, uno muy cruel, al que, en sano juicio y llena de preguntas, no me dan ganas de ir en absoluto, ni agradecerle ni mierda, ni amarme ni a mí misma.

Y si existiera, y fuera el amo y señor de todo, hasta mi rebeldía sería su voluntad y entonces qué fracaso de mundo, que peye de creador. Pero confío en que no es así, porque no quiero odiar al mundo así me la vuele, ni quiero que él me odie a mí y después me de un cáncer de huesos o una enfermedad bien horrible, porque lo que sí es más cierto es que uno va tejiendo su vida palabra a palabra y yo he dicho muchas cosas feas en esta vida y siempre, siempre se me olvida ser prudente, generosa, respetuosa y a cambio me quedo con este ser que lanza preguntas compulsivamente y se llena de indignación ante el silencio de los sabios.