2.6.08

Baño de Sangre

Estoy en una habitación, tal vez de hotel, con él. Es la primera vez, creo. No dormimos juntos. Yo pasé la noche en la cama y él en el sofá, o no sé. Esta habitación es muy grande, una suite o algo todavía mejor. No entiendo mucho de estos asuntos.

La poca luz que tiene la mañana nublada y fría no me permite saber qué hora es y lo peor es que no hay un solo reloj en toda la habitación. Tal vez en mi equipaje. Pero ni idea dónde está mi equipaje. Es más, ¿tengo equipaje? Lo único que tengo certeza de tener, es una toalla blanca de rayas amarillas, exactamente igual a la de mi casa, que cubre mi cuerpo desnudo. Es una extraña coincidencia. O quizás no lo sea. No sé.

El reflejo en el espejo me dice que el pelo no está en su mejor estado y que mi cara, lavada, está más pálida que nunca. De repente me volteo porque él está ahí. No lo sentí llegar, no lo vi venir, ni siquiera con el espejo. Pero así suele ser él: fantasmal.

Estamos frente a frente. Él se acerca cada vez más. Es terrible, no sé si quiere besarme o matarme. Realmente no lo sé. De pronto, su mano comienza a despegar lentamente; y al alcanzar vuelo, se desplaza lentamente hasta mí y comienza a aterrizar suavemente con su palma, apenas perceptible, sobre mi pezón. El mismo sentimiento que él ha puesto en su caricia, se sumerge en mí y me recorre de arriba y abajo, dejando escapar algo de su líquido por entre mis piernas.

Ahora estoy en el baño. Es blanco, grande y reluciente. De lujo. No sé como llegué aquí. No sé ni siquiera qué ha pasado. No sé si es algo que me pasa o que él me hace. ¿Cómo saberlo si no conozco el comienzo ni el final de ninguna de las situaciones de mi vida? Todo está atrapado en el sin fin, en el azar. Todo lo que me pasa es peligroso, innombrable.

Tengo que arreglarme, quiero estar bonita. Sé que él puede regresar en cualquier momento. No sé para dónde vamos, pero debo estar lista. Siempre es así, aunque no recuerde las demás veces. Me quito la toalla para entrar en la ducha, pero descubro algo. Tengo una pequeña mancha de sangre, roja y líquida, todavía viva, entre mis muslos. No es normal, no estoy en tiempos de menstruación; no sé cómo, pero lo sé. Tal vez se trate de un adelanto, o un retraso. Tal vez. Me limpio una, dos, tres veces, pero cada vez queda más sangre en el papel. Extraño. Me agacho para recoger la toalla, pues voy a ir a buscar un tampax, pero la sangre me lo impide. Comienza a salir inconteniblemente, sin darme tregua. No puedo moverme, si no quiero ensuciarlo todo. Ya comienzo a ver manchas rojas en el piso. Tengo que limpiarlas. Me siento en el inodoro, para evitar ensuciar más el baño, mientras paso abundantes cantidades de papel por el piso. Entonces siento que sale algo. Me levanto para mirar la taza. Hay grumos de sangre y pedazos de carne. Me toco y caen en mis manos. No puedo parar de parirlos. Ahora también yo estoy llena de sangre y mis intentos por limpiar lo entorpecen todo. Ensucio el piso, la taza, la papelera y también las paredes. Dios, no. Por favor, no. Él debe regresar en cualquier momento y no puedo abrir la puerta con el baño en este estado. Sin tan sólo pudiera detener la sangre para limpiar. En vez de eso, todo se va volviendo rojo. Te pido que te detengas, te lo ruego, no me hagas esto. No quiero que vea la sangre, no quiero que se de cuenta. Me avergüenza. Tiro los pedazos de carne a la taza e intento limpiar la sangre con la toalla, pero es imposible: ya está en todas partes y no sale; se agarra fuerte y deja rastros. Está viva. Viva. Acaso más que yo. No entiendo qué es lo que pasa. No sé. Necesito salir pero no puedo abrir la puerta. Tampoco hay ventanas. Estoy llena de sangre y lo he manchado todo. Mi culpa. Él puede llegar en cualquier momento y no debe verlo. No debe saberlo. Hago un último intento inútil por limpiar, o por lo menos por tapar la mancha, cuando por primera vez el fantasma anuncia su presencia. Toc, toc, toc. Y entonces lo comprendo todo. Ha venido a recoger mi cadaver.